A DOS AÑOS DE SU PARTIDA RECORDAMOS EL DISCURSO DEL PRESIDENTE DC, FUAD CHAHÍN, EN EL FUNERAL DE DON ANDRÉS AYLWIN AZÓCAR

El corazón de Chile ha sido tocado por la partida de un hombre sencillo, de voz tranquila, cargado de años y de sabiduría, un hombre del derecho, pero sobre todo de la justicia, un político íntegro, un demócrata cristiano ejemplar y un ser humano maravilloso.

Ha partido un justo. Un “justo entre los justos” como se ha repetido tantas veces estos días.  Una de esas personas cuya muerte nos llena de tristeza, pero sobre todo de gratitud por haberlo tenido entre nosotros.

Gracias a la vida, por quien tanto lucho para que la vida triunfara sobre la muerte, la oscuridad, la violencia y el terror.

Y gracias a Dios, porque los creyentes le agradecemos cuando recibimos un gran regalo. Y, sin duda don Andrés fue un gran regalo de PAZ para esta tierra. De esa paz que se consigue luchando por la justicia, de la que se conquista poniéndose al servicio de los demás, de la que se mantiene jamás sacrificando la verdad por la conveniencia.

“Soy un simple luchador”, “uno más entre muchos” insistía Don Andrés Aylwin, y se volvía más grande ante nuestros ojos, mientras menos méritos reclamaba para sí mismo. Sí, era un luchador, pero uno como don Quijote, con quienes tantos lo han comparado con admiración, porque luchó cuando resistir parecía casi un imposible. Sí, fue uno entre muchos, pero estuvo entre los primeros que salió a defender a otros, cuando nadie podía defenderlo a él. Y, Sin embargo, allí estuvo.

Camino a su última morada Andrés Aylwin Azocar ha recibido las señales que siempre acompañan a los bienaventurados de los que nos habla Jesús en los evangelios. Ha recibido el homenaje de los más humildes: de aquellos que se detenían en silencio y respeto al paso de su cortejo; en las largas filas para el último adiós, en las lágrimas del que despide a un amigo, uno de esos que hacen que la palabra hermano se haga grande y se haga cierta.

Ha recibido el homenaje de los perseguidos, de los encarcelados, de los silenciados, de las victimas del poder. Porque nadie olvida al que se hace presente en medio de la persecución, del miedo y el atropello. En medio de aquel infierno, Andrés Aylwin fue una luz de esperanza; una terca, empecinada y valiente fuerza de la paz; un defensor a pecho descubierto y con las manos desarmadas; alguien en quienes muchos vieron el rostro y la voz del derecho¸ una voz serena que se elevaba para exigir humanidad en un ambiente inhumano.

Sí, las victimas están y han estado presentes. Los que estuvieron encarcelados están presentes. Los que eran reconocidos uno a uno por sus nombres están presentes. Los que tenían hambre de ser escuchados están presentes. Los que no tuvieron vergüenza de llorar cuando encontraron un amigo, están presentes. Las familias que aún buscan a los suyos, están presentes. Para ellos, como para nosotros, estar aquí es una cita de honor.

Ha recibido el homenaje de sus adversarios. O, más bien, ha recibido el reconocimiento más sincero de aquellos que se dan cuenta de que es imposible ser un adversario de Don Andrés Aylwin. Porque era una figura moral, de esas que rompen las barreras ideológicas y políticas. Es la virtud de los hombres coherentes, de cuya sinceridad y entrega a nobles ideales nadie de buena voluntad duda.

Por eso, hoy aquí nos encontramos, en igualdad de condiciones, compartiendo la misma tristeza, rindiendo el mismo homenaje, personas de distintos partidos y de ningún partido. Porque lo que une a Chile es nuestro común amor a la “patria profunda” de que nos hablaba don Andrés.

Por eso hoy no es el día de las diferencias sino el día para dejar que un hombre noble nos una con su ejemplo.

Sí. Solo un hombre muy grande puede concitar la unión de los humildes, de los perseguidos y de los adversarios. Todos y todas agradeciendo a un amigo por el bien que pasó haciendo por esta tierra.

Permítanme, también, unirme a todas estas voces, con voz agradecida, emocionada, orgullosa de un líder que hoy comprobamos está en el corazón de Chile. A nombre del Partido Demócrata Cristiano, me pregunto cuál es el mayor homenaje que le podemos rendir a don Andrés en su partida.

Cada uno de nosotros sabe cuál es la respuesta. La única respuesta que vale. Tomar la posta de sus manos don Andrés Aylwin. En estos días me ha servido mucho pensar en la pregunta que marcó la vida completa de este héroe de la democracia, la pregunta que se hizo don Andrés en los momentos más difíciles, por ejemplo, tras el golpe de Estado.

Cuando unos dudaban, cuando otros esperaban a ver cómo decantaban las cosas, cuando eran tantos los que callaban y eran pocos los que se arriesgaban. La pregunta no era “¿qué me conviene?”, no fue “¿qué es lo más fácil?”. La pregunta, es una pregunta ética fundamental: “En conciencia ¿cuál es la responsabilidad moral que tenemos con nuestro pueblo?”. De allí partía Andrés Aylwin: de poner los principios por delante. Eso es lo que debemos hacer. Hoy y mañana y al día siguiente también.

 

Don Andrés no buscó honores, buscó una causa a la cual servir. Una causa noble a la que servir. Defendiendo a las personas y a su dignidad, él, tan suave y tan deferente, no se achicaba ante nadie. Eso es lo que debemos hacer. Hoy y mañana y al día siguiente también.

Esto significa, en la práctica, ponernos como norma nunca claudicar de la defensa de los derechos humanos ante nada y ante nadie, en ningún lugar y bajo ninguna circunstancia. Significa prestigiar la política y la democracia. Significa pedir justicia, sin tregua y sin pausa para todas las víctimas de las violaciones de los derechos humanos.

Significa nunca aceptar que da lo mismo la impunidad como norma, nunca aceptar el encubrimiento o el ocultamiento como conducta avalada y permitida, nunca aceptar el silencio cómplice como reemplazo de la verdad.

A don Andrés lo llamaron antipatriota por llevar la defensa de los derechos humanos a la OEA. Por haber firmado la carta de los 13 el 13 de septiembre de 1973, hoy orgullo de la Democracia Cristiana. Lo atacaron, lo relegaron y lo insultaron, pero siguió haciendo lo que le parecía correcto.

De él hemos aprendido que el antídoto de la venganza es la justicia; que el precio de la democracia es merecerla y cuidarla cuando se la tiene y conquistarla cuando nos falta; que la paz es el fruto del respeto a la dignidad de cada cual; que quien sacrifica la verdad por la conveniencia, no está de pie sino de rodillas. Me parece que todo esto hoy está más vigente que nunca.

Nosotros le debemos nuestro presente de libertad a hombres y mujeres como Andrés Aylwin. Han sido nuestros maestros y seguirán siendo nuestros maestros.

Pero quiero adquirir un compromiso ante su familia y ante todos ustedes. El compromiso de tener a Andrés Aylwin como guía de nuestro futuro. Lo hago a plena conciencia. Él mismo, el año 2015, en el homenaje que la rindió la Cámara de Diputados, nos entregó lo que sería su testamento político. Nos preparó para los buenos tiempos y para los malos tiempos.

Nos dijo en aquella oportunidad que, si algún día había que volver a luchar por la libertad y contra una dictadura, hemos de saber que los que luchan por la dignidad humana “son personas que defienden la patria profunda, la patria que ama a sus hijos, la patria que quiere la libertad para sus hijos, la patria que quiere a sus mujeres y a sus niños. La patria que no es odio, sino que es amor. La patria que no es muerte, sino que es vida”.

El gran motor en la vida pública de don Andrés fue la dignidad de la persona humana. Ese motor lo llevó a estar siempre con los campesinos como diputado, previo al golpe y, luego, desde el principio defendiendo a los perseguidos y los agobiados por la dictadura.

Hoy, nuestro principal compromiso y único homenaje verdadero debe ser volver a poner la persona y su dignidad en el centro de nuestros esfuerzos, que vuelva a ser el motor que impulsa nuestro actuar, eso esperan los agobiados de hoy: Nuestros adultos mayores pobres y muchas veces abandonados que esperan que el trabajo de una vida les permita tener una vejez digna; nuestros pueblos originarios que siguen pidiendo reconocimiento, participación  y desarrollo; los migrantes que han dejado su tierra y esperan acogida y oportunidades; nuestros niños vulnerables y vulnerados que no quieren que le arrebaten sus sueños.

Sí, querido don Andrés: tu testimonio nos enseñó que es así es como se lucha, así es como se vive, así es como se hace. Tú, maestro noble, hermano de todos, bienaventurado de Chile, socorro de perseguidos, hombre bueno, seguirás siendo luz que ilumina el camino, especialmente de los jóvenes. Camarada Andrés Aylwin Azocar, ¡que Dios te bendiga!, ¡descansa en paz!